Un Día en la Vida del Sr. Hyde
Ésta es mi adaptación moderna inspirada en “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson de 1886
Reflexión inicial
Si tú al igual que yo, alguna vez en un momento de enojo le has hecho daño a un ser querido, y luego te has dado cuenta de que, en un solo instante en que perdiste el control, te convertiste en un ser enojado muy distinto a la persona amable que eres, tal vez éste pequeño cuento te guste y te sirva.
Lo he adaptado de un libro que me encanta y que suelo describir en mis talleres de formación. Robert Louis Stevenson nos habló sobre la dualidad humana a través del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, mostrándonos cómo convivimos con dos fuerzas interiores: la calma y el caos.
En éste cuento te invito a conocer un día de la vida de Sam, para entender cómo la tensión cotidiana abre la puerta a esos momentos desastrosos que hacen que el Sr. Hyde que todos llevamos dentro, tome el control de nuestro ser y nos transforme en algo que no deseamos.
Escena 1: La Madrugada Inquieta
El despertador todavía no suena, pero Sam abre los ojos con el corazón acelerado. No sabe qué pasa; solo siente que no está bien. Piensa en la reunión de trabajo que se acerca, en las facturas pendientes y en aquella discusión sin resolver con su esposa. Se siente cansado, como si no hubiera descansado en toda la noche.
Sam se sienta al borde de la cama, mira la hora de reojo y deja escapar un suspiro.
No se da cuenta de que está tenso y no se toma un momento para respirar, porque siente que no hay tiempo: apenas empieza el día y ya está acelerado y tenso. Lo que Sam ignora es que, en ese instante, el Sr. Hyde también empieza a despertar, alimentándose de las preocupaciones que se han acumulado en su mente.
Escena 2: Camino al Trabajo
Una ducha rápida y un café a medias no alcanzan para mejorar el ánimo. Sam sale con prisa y, apenas cierra la puerta, se enfrenta a la rutina callejera. El tráfico es un caos; los bocinazos retumban y la gente parece estar siempre a punto de explotar. En cada semáforo Sam tiene las manos tensas sobre el volante. Cada conductor impaciente y cada frenazo retumban en su interior. Piensa que tal vez todos están de mal humor y que los demás tratan de quitarle su lugar, de retrasarlo o simplemente de molestarlo, pero no se da cuenta que en realidad es él quien está de malas.
El Sr. Hyde se acerca un poco más, está tomando fuerza invitándolo a ceder al enojo. Cada vez que el semáforo está a punto de cambiar a verde, Sam anticipa que la persona de atrás tocará la bocina, lo que lo mantiene en tensión constante. Sam pasa junto a un conductor que le grita sin razón aparente, y aprieta la mandíbula. El enojo se enciende, pero todavía no es consciente de ello; maneja en automático como cada día, sin darse un respiro para identificar sus emociones.
“¿Por qué todos están en mi contra? Por favor, solo quiero avanzar y que esto termine pronto.”
Escena 3: El Recibimiento en la Oficina
Finalmente, Sam entra a la oficina con el ceño fruncido, aunque no lo note: sigue en automático. La recepcionista lo saluda con desgano, apenas un leve movimiento de cabeza. El ambiente huele a urgencia: gente corriendo de un lado a otro y teléfonos que no dejan de sonar.
Sam siente el golpeteo de su corazón, acompañando la irritación que lo persigue. Recuerda que anoche no durmió bien y que no ha tomado un desayuno decente. Espera encontrar un espacio para respirar, pero en cambio solo ve prisas y miradas frías. Es normal, pues los demás también están sumergidos en la misma dinámica.
“¿Por qué nadie puede regalar una sonrisa al menos? Parece que aquí todos tuvieron una mala noche.” Si Sam se mirara al espejo, quizá vería el mismo reflejo de cansancio y tensión. La sensación de incomprensión alimenta su impaciencia. El Sr. Hyde se fortalece en ese silencio cargado de apatía y, sobre todo, en la ausencia de un momento consciente para respirar.
Escena 4: El Confrontamiento con el Jefe
Antes de que Sam pueda acomodarse, aparece su jefe con un montón de informes atrasados, lanzando órdenes que se sienten como dardos. El volumen de trabajo parece multiplicarse cada segundo.
Sam tiembla ligeramente al sentir esa avalancha de exigencias.
“Ni siquiera he encendido la computadora y ya me cae todo esto encima. ¿Acaso no ve que es imposible hacerlo todo hoy?”, se dice, mientras finge una leve sonrisa, queriendo gritar por dentro.
Nota su voz temblorosa y el calor subiéndole al rostro. No sabe si es rabia o vergüenza, pero siente una oleada que le recorre el pecho. Por fuera, mantiene la compostura; por dentro, el monstruo está a punto de aflorar. El Sr. Hyde roza la superficie, listo para tomar el control.
Escena 5: Tensiones entre Colegas
En el pasillo, Sam choca con un compañero que va tan apresurado como él. Un comentario cortante vuela en el aire: “Mira por dónde caminas.”
Normalmente, Sam habría respondido con una broma o un gesto amable, pero hoy no. Hoy está al límite.
Sam se detiene en seco y cierra los puños.
“¿Soy yo, o de verdad la gente no tiene modales? ¡Encima me culpan a mí!”
No advierte que ambos están inmersos en la misma frecuencia negativa. Es difícil notarlo cuando el Sr. Hyde empieza a tomar el control.
Cada interacción negativa alimenta un poco más el mal humor. Una parte de Sam desea disculparse, pero la otra, la que está cansada y a la defensiva, prefiere guardar silencio. Así, la incomodidad flota y el Hyde interior crece.
Escena 6: El Cliente Inesperado
Ya a media mañana, Sam espera por fin un momento de tregua, pero suena el teléfono, y un cliente exige soluciones inmediatas. Alza la voz, como si Sam fuera responsable de todos sus problemas.
Sam cierra los ojos para contener la tensión que recorre su espalda.
“¿De verdad tengo que resolver los problemas en los que él mismo se metió? ¡Ni siquiera puede comprobar sus datos antes de llamar!”
Sam responde con un tono más áspero de lo habitual. Sabe que algo no está bien en su reacción, pero no encuentra salida ni punto medio. El Sr. Hyde se instala sin pedir permiso. Sam no ha podido evitarlo y lo deja pasar. Sin darse cuenta, ese cliente está lidiando con el Hyde que Sam lleva dentro. Y si el cliente también tiene su propio Hyde, el choque puede ser catastrófico, dejando a ambos un mal sabor el resto del día y alimentando tensiones para el siguiente momento.
Escena 7: El Retorno a Casa
Al terminar la jornada, Sam recoge sus cosas y sale con la esperanza de desconectarse un poco camino a casa. Pero el trayecto no es un alivio: el tráfico vuelve a ser una pesadilla de luces rojas interminables. Ha probado distintas rutas, horarios y formas de regresar, pero nada parece funcionar. El estrés se acumula cada vez más.
El agotamiento pesa sobre sus hombros. Sam se pregunta si al menos en casa, hallará un poco de paz. Sin embargo, al llegar, se encuentra con una nueva discusión o un reclamo pendiente. Puede ser un fallo doméstico, un problema familiar o simplemente la rutina. Sam siente que no hay escapatoria.
“Solo quiero un momento de silencio. Parece que el mundo conspira contra mí.” Sam no logra ver que en realidad nadie está en su contra: ni los semáforos, ni los clientes, ni mucho menos su familia. Su esposa e hijos también lidian con sus propias tensiones, donde tal vez otros Hyde arruinaron sus días. Quizás su hijo solo busca el apoyo de su padre, pero Sam sumido en su propio Hyde, no lo percibe.
No importa si se trata de cansancio, dolor o frustración: el Sr. Hyde se alimenta de cualquier emoción negativa para reaparecer al día siguiente.
Sam tampoco nota que sus respuestas cortantes y su semblante agrio provienen de un estado herido y exhausto. El Sr. Hyde controla su voz, sus gestos y su falta de empatía. Así está cerca de lastimar a un ser querido, lo que sería la “corona” para Hyde, pero la ruina del día para Sam.
Escena 8: La Reflexión Nocturna
Por fin llega la noche y Sam se acuesta en la misma cama donde todo empezó. Un cansancio profundo le pesa en la conciencia mientras trata de olvidar lo sucedido, viendo Netflix o revisando el celular. Vivir en automático es más fácil que procesar lo que pasa. En lugar de repasar su día o agradecer por su vida, su familia o su trabajo, busca cualquier distracción para evadir.
Las imágenes del día vuelven a la mente: la forma en que contestó a sus compañeros, la mirada de su jefe, el silencio de la recepcionista, o la discusión que quizá pudo evitar con el cliente. Siente que algo se quebró dentro de él, pero se muestra inerte y no lo entiende y mucho menos asume.
Sam mira el techo y cierra los ojos con un nudo en la garganta. “Al menos el día terminó. Ojalá mañana sea mejor”, piensa. Pero todavía debe lidiar con el Sr. Hyde, quien se hizo más fuerte con todo lo ocurrido, repitiéndole escenas una y otra vez y susurrando: “No mereces ésto, debiste responder tal cosa, no puedes permitir que te hablen así…”
En un momento de lucidez, Sam reflexiona: “No quiero seguir así. ¿Por qué me comporté de ese modo? ¿Repetiré lo mismo mañana?”
Allí, en la oscuridad, el Dr. Jekyll —la parte de Sam que anhela paz— comprende que necesita encontrar la forma de controlar a ese Sr. Hyde que lo dominó a lo largo del día.
En la obra original, el Dr. Jekyll, siendo una persona afable y tranquila pero incapaz de enfrentarse a quienes son más fuertes o agresivos, crea una pócima para convertirse en un ser poderoso al que nadie pueda dominar. Sin embargo, ésta transformación lo convierte también en la peor persona que puede ser, agresivo y violento, lo peor que su resentimiento alberga: el Sr. Hyde.
Mensaje final
Éste día en la vida de Sam nos recuerda que todos podemos ser el Dr. Jekyll cuando estamos en calma; pero basta un cúmulo de pequeñas tensiones para que aparezca el Sr. Hyde. Lo he sentido muchas veces, más de las que quisiera admitir, y veo que a pesar de mis esfuerzos, aprendizajes e investigaciones, si me descuido tan solo un poco, el Sr. Hyde toma el control.
Aquí parafraseo a uno de mis mentores (aunque él no lo sabe), Ramiro Calle, que en una de sus presentaciones cuenta una anécdota con su esposa: en un día en que él había perdido el control —casi como si el Sr. Hyde lo dominara—, ella se burló diciéndole: “Mira cómo te pones, y eso que meditas tanto.” A lo que él respondió: “Ahora imagínate cómo me pondría si no meditara.”
Y es que al final del día, somos simplemente humanos, y no podemos dominar permanentemente nuestras emociones. No importa si eres Ramiro Calle o un psicólogo o neurocientífico, en algún momento él Sr. Hyde aparece. Si me preguntas quién es el Sr. Hyde, diría que es eso oculto en nuestro interior, que algunas personas llaman La Sombra o El Ego, según lo quieras entender.
Al final de cuentas no importa cómo lo llamemos, existe en nuestro interior, y cada uno debe lidiar con él y ver cómo manejarlo. En lo personal, sé que mi Sr. Hyde está ahí, y pongo en práctica todo lo que he aprendido para mantenerlo bajo control. Mi mensaje para ti es que lo conozcas, lo aceptes y hasta dialogues con él (mi esposa diría que estoy loco), pero sobre todo que tomes conciencia de que, si no lo controlas, él te controlará a ti, y lo hará en los peores momentos.
“Un día, una madre —el ser más maravilloso que existe— pierde el control y le da una bofetada a su hijo. Ni siquiera termina de hacerlo cuando ya siente las consecuencias de su acto, vergüenza, pena y dolor, pero el daño ya está hecho, y para cuando toma consciencia de lo que hizo: el Sr. Hyde ya logró lo que quería y ahora no sólo logró dominarla y sacar lo peor de ella, ahora también logró hacerle daño a un ser querido, con lo cual tiene suficiente material para que mañana pueda volver a aparecer en forma de culpa.
Y es que el Sr. Hyde usa muchas formas, no tiene que ser un golpe físico, no tiene que ser la misma persona o situación, basta que nos repitamos unas palabras, un poco de frustración o culpa serán suficientes, pues en nuestra mente todo lo que repetimos tiende a crecer y a alimentarse en un ciclo perpetuo, a menos que lo detengamos.
Mi intención al compartir éste cuento, es dejarte una idea que te permita tomar consciencia de la importancia de controlar nuestras emociones. Hazlo por tus seres queridos, por tus relaciones interpersonales, pero sobre todo, hazlo por ti mismo:
CONTROLA AL SR. HYDE O ÉL TE CONTROLARÁ A TI.”
Con aprecio, Lisandro