Haggal Atrapado en el Tiempo
Un guiño a “Un Cuento de Navidad”
Introducción
En la clásica historia de Charles Dickens de 1843, Un Cuento de Navidad, Ebenezer Scrooge se transforma tras la visita de tres fantasmas, entendiendo al fin el valor de la generosidad y la compasión. Pero, ¿qué ocurre cuando ese despertar no se produce? ¿Qué pasa si el personaje vive eternamente atrapado en su propia historia y obsesión por el dinero?
Así nace Haggal, un hombre que lo tuvo todo para cambiar su destino, pero que no quiso, o no supo poner freno a su codicia. A lo largo de estos capítulos, veremos sus días presentes, su pasado, y el desolador proceso mediante el cual fue perdiendo a las personas que lo amaban. Tal vez su peor castigo es que los únicos fantasmas que lo visitarán serán la soledad y el frío, porque los que trataron de cambiarlo no pudieron hacerlo reflexionar, y así permanece por siempre enredado en la trampa de su propio éxito.
Capítulo 1. Un Pasado Distinto
Muchos años atrás, Haggal no era la persona fría y calculadora que hoy es. Creció en un hogar humilde, donde la comida era sencilla pero compartida con gratitud. Su padre, una persona de manos ásperas, insistía en la honestidad y la ayuda mutua; su madre, ama de casa devota y fuerte de carácter, era un abrigo para él pues lo guiaba y lo instaba a ser mejor.
Primeros pasos en los negocios: Para ayudar en casa, el adolescente Haggal vendía todo lo que podía en la escuela y recogía objetos reciclables para ganar algo de dinero extra. Su inteligencia para calcular costos y ganancias sorprendía a todos; sin embargo, también empezaba a revelarse un rasgo: era capaz de pelearse con cualquiera que no pagara el precio justo —justo según él.
Capítulo 2. El Inicio del Día: Ahorros Extremos y Apariencias
Años después, amanece un día de invierno en la lujosa mansión de Haggal. Él se despierta y atraviesa las frías habitaciones sin encender la calefacción: “gasto innecesario,” repite en su mente. Viste un abrigo de segunda mano, algo desgastado y sin estilo, pero en su armario se esconden brillantes joyas y exclusivos relojes de marca.
Usa prendas austeras en su día a día para ahorrarse unos cuantos billetes, pero adora la ostentación en eventos sociales. Nada le complace más que lucir una cadena gigante de oro y un reloj carísimo y sentir que los demás lo envidian.
Mientras sorbe un café instantáneo —porque no gastaría en uno de especialidad— revisa en su móvil las citas del día:
- Una reunión en la oficina donde planea forzar condiciones ventajosas para él.
- Un almuerzo de trabajo en el que piensa pedir lo más barato del menú.
- Una visita a un concesionario de autos de lujo para regatear hasta lo indecible.
Capítulo 3. Trayecto a la Oficina: Entre Ostentación y Tacañería
Haggal se sube a un automóvil último modelo, uno de varios que posee para mostrar “estatus”. Conduce al centro de la ciudad, frunciendo el ceño cada vez que el semáforo cambia: siente que el tráfico le hace gastar combustible sin motivo, tanto que se los salta si puede.
Al detenerse en uno de los semáforos, un joven se acerca a la ventanilla ofreciendo pañuelos y dulces. Haggal mira con desdén, y aunque podría comprarle todo el paquete sin inmutarse, considera absurdo dar dinero sin retribución clara. “Cada quien con sus problemas,” piensa, mientras arranca dejando atrás al vendedor.
Vive atrapado entre su deseo de ostentar y su obsesión por ahorrar, que le hace pensar cuanta gasolina está gastando, así que busca la más barata aunque tenga que manejar más, todo es ahorrar. Y sí, probablemente ese mismo concepto de ahorro le ha hecho ser tan exitoso en sus finanzas, pero claramente algo ya no está bien, pues cada día está más sólo.
Capítulo 4. Oficina: Negociar a Toda Costa
El edificio de su empresa es minimalista hasta lo grotesco: paredes desnudas, sin adornos navideños, bombillas de bajo consumo que dan una luz pálida y desagradable. Para Haggal, nada que no sea producir ganancias merece un gasto extra.
María, su secretaria, se acerca con voz temblorosa para pedirle el día libre; su hermana está hospitalizada. Haggal, en lugar de solidarizarse, hace un cálculo mental de cuánto ahorrará al descontar ese día de su salario. Sin compasión, se limita a asentir con frialdad.
Posteriormente, se sienta con potenciales inversionistas. Pretende obtener el 70% de las utilidades y dejarles los costos y riesgos. “Yo soy el que trae el valor», justifica sin darse cuenta de su propio egoísmo. No busca colaboración, sino dominio, y la frase ganar-ganar es solo una argucia de las personas para sacarle dinero.
Haggal no se detiene ante nada, no importan las consecuencias de sus actos mientras se encuentre ganando dinero.
Capítulo 5. Almuerzo: Menú Barato, Cadena de Oro
Llega la hora de comer y Haggal acude a un restaurante junto a su socio, Roberto. Al entrar, se quita su abrigo desgastado y queda a la vista una ostentosa cadena de oro.
Roberto pide un plato del día digno, equilibrado y con cierto toque gourmet. Haggal, en cambio, exige el menú más barato y un vaso de agua. No es que no pueda pagarse uno mejor, podría comprar el negocio completo si quisiera. El problema es que a menos que alguien lo pague, comida es comida se repite, para que gastar más. Así hice mi dinero y por eso ustedes no tienen se repite en su mente.
- Roberto: “¿Por qué no pruebas algo distinto? ¡Es Navidad, un día al año no hace daño!”
- Haggal: “¿Para qué? Tirar dinero es de ignorantes. Todo sabe igual si lo sabes comer.”
Por dentro, Haggal siente antojo de un buen corte de carne, pero su mentalidad de “no ceder ni un centavo” lo domina, y en lugar de mejorar su calidad de vida con unos pocos centavos más, lo que hace es que cada vez que tiene que gastar siente tal frustración que no le hacen disfrutar nada.
Capítulo 6. Encuentro Familiar: Frustración y Desconfianza
Tras el almuerzo, suena el teléfono. Un familiar cercano le invita a una cena navideña el fin de semana. La voz suena genuinamente esperanzada en convivir con él, pero su pensamiento retorcido le juega en contra: “Seguro quieren sacarme dinero… o esperan que yo pague”, se dice Haggal.
Decide rechazar la invitación, argumentando una reunión de negocios impostergable. La navidad que antes adoraba se ha quedado atrás, y no comprende como antes pudo haber gastado en regalos o la cena navideña, si todos llegaban a comer de gratis y no aportan nada.
Capítulo 7. El Concesionario: Regateo Incesante
Al caer la tarde, llega al concesionario de autos de lujo. Observa un modelo nuevo, con tapicería de cuero y acabados finísimos. Le gusta mucho el nuevo modelo y quiere cambiar el que ya tiene, pero en su mente se dice que no soportará a nadie que no esté dispuesto a darle el mejor precio, total el tiene para pagarlo en efectivo.
- Vendedor: “Señor, este es el mejor precio que puedo ofrecerle, le hemos hecho el máximo descuento.”
- — “Señor, si me sigue regateando de esta forma, saldré perdiendo.”
— “Ese no es mi problema; si no lo hace usted, otro lo hará,” responde Haggal con frialdad. - Haggal: “Me lo va a bajar un 10% más, y además quiero cuatro años de mantenimiento gratuito, y todos los extras que tengan. Si no lo hace usted, otro lo hará.”
El vendedor, con la sonrisa congelada, cede a regañadientes. Sabe que tendrá poco margen de ganancia con un cliente tan agresivo, pero no quiere perder la venta. Haggal se marcha sintiéndose victorioso, sin importarle nada más que el ahorro obtenido.
Capítulo 8. Regreso a Casa: Una Mansión Descuidada
La noche cae, y Haggal regresa a una de sus tantas casas en lugares lujosos. Las luces están apagadas. Prefiere ahorrar en electricidad, y hace meses que despidió al servicio de limpieza por considerarlo “demasiado caro” aunque claramente es un trabajo que hay que realizar a el le parece tonto gastar en eso.
La casa luce desordenada, cubierta de polvo en los rincones, platos mal lavados y muchos insectos. No hay un solo adorno navideño ni fotografías familiares en las paredes que le hagan recordar a los malagradecidos de sus hijos que no han entendido todo lo bueno que es el. En la refrigeradora no hay más que unas latas, bolsitas de salsa dulce y unas comidas congeladas por si es necesario.
Se mira en un espejo antiguo, notando la oscuridad bajo sus ojos. Le pesa un extraño cansancio en el pecho, como si hubiese librado una guerra diaria contra todos. Piensa: “Al menos estoy ganando más dinero cada día,” y sube a su cuarto a repasar sus cuentas en el celular.
En su cabecera están todas las medicinas genéricas, y no puede dejar de tomarse sus pastillas para dormir, porque de lo contrario no podría descansar. Ya ha tratado de dejar las medicinas porque son muy caras, pero al enfermar no tiene otra opción que volver a tomarlas.
Capítulo 9. Perdiendo a Sus Amigos
Haggal, en su juventud, solía tener un círculo de amigos con los que compartía tardes de pláticas y risas. Entre ellos estaba Luis, quien le enseñó sus primeras lecciones de finanzas, y Carlos, un compañero que lo invitaba a su casa para celebrar cumpleaños con pastel casero. Haggal había tenido mucho éxito, jugaba con amigos al fútbol, y pasaba mucho tiempo con ellos, pero mientras más dinero ganaba más amigos perdía.
Cuando Haggal comenzó a ganar más dinero y a desarrollar una visión utilitaria de la amistad, empezó a criticar a sus amigos por “gastar de más” en fiestas, viajes o simples gustitos personales.
Durante una reunión, Haggal se burló abiertamente de Carlos por comprar un teléfono “de última generación” y no calcular cuánto podría ahorrar si se quedaba con el antiguo. Sus amigos trataron de explicarle que la vida no era solo números. Él, indignado, se levantó y se fue.
Con el paso de los meses, las llamadas para invitarlo a salir se hicieron cada vez menos. Cuando Luis contrajo matrimonio, Haggal se presentó solo para criticar el costo del banquete y luego se marchó antes del baile.
Capítulo 10. Perdiendo a Sus Parientes
Los tíos y primos de Haggal lo recordaban como el niño curioso y risueño que siempre hacía preguntas. Sin embargo, con la adultez llegó la desconfianza crónica.
Una prima cercana, Teresa, le pidió ayuda para costear unos tratamientos médicos. Haggal accedió, pero con intereses tan altos que, al final, la prima terminó vendiendo parte de sus pertenencias para no endeudarse de por vida.
Cuando las tías se reunían para las festividades, Haggal siempre tenía algo que objetar: “¿Por qué compran tanta comida?” o “¿De verdad necesitan luz en el patio toda la noche?”. Detrás de sus palabras había un tono de juicio que minaba el ambiente constantemente, todo siempre con la excusa que el todo lo que tenía lo había logrado ahorrando.
Poco a poco, las invitaciones familiares también dejaron de llegar. Nadie quería enfrentarse a su mezquindad. Haggal interpretó ese silencio como un gesto de envidia hacia su fortuna, sin darse cuenta de que era su propia conducta la que los alejaba.
Capítulo 11. Perdiendo a Su Esposa
Para sorpresa de muchos, Haggal se casó con una mujer cariñosa y paciente, de nombre Adela. Al principio, ella admiraba su capacidad de encontrar ofertas y estirar el presupuesto. Pero esa admiración se transformó en hastío.
Quería que Adela anotara cada gasto mínimo en un cuaderno y justificara cada moneda. Se negaba a comprar muebles nuevos cuando los viejos estaban ya rotos: “Solo necesitamos un cojín extra, no seas despilfarradora.” El hombre admirable, gran negociador y gran padre se había extinguido en su ansia de acumular dinero.
Adela notó que vivía en una cárcel invisible, donde cada decisión debía pasar por la aprobación monetaria de Haggal. Él la amaba a su manera, pero no sabía expresarlo más allá del control a través del dinero. Finalmente, ella juntó valor y lo dejó. En la separación, Haggal calculó con frialdad los bienes a repartir, y en todo donde pudo ganar y quedarse con más así lo hizo, al final todo lo gané yo se decía lamentándose solo de perder dinero, no de perderla a ella.
Capítulo 12. Perdiendo a Sus Hijos
Tras el divorcio, sus tres hijos adolescentes preferían vivir con la madre. Haggal, aferrado a sus cuentas, insistía en que la manutención que enviaba era “más que suficiente” y que no debía gastar un centavo extra.
Cuando le pedían apoyo para actividades escolares, cursos de arte o deporte, él preguntaba: “¿Y cuánto me van a retribuir por esa inversión?”
Ya adultos, sus hijos insistían en buscarlo, pero su pensamiento tan descompuesto le hacía pensar que solo era para pedirle dinero, sus pensamientos ya se habían convertido en su peor enemigo, al punto de que había desconocido el valor de la sangre, el valor de la familia. Cada vez que alguien se le acercaba lo único que hacía era pensar que querían, pues era impensable que alguien quisiera darle algo sin pedirle nada a cambio. Así, cada uno de sus hijos fue alejándose poco a poco hasta el punto de no buscarlo más, y ante esto para Haggal, era un favor no tener que verlos: pues temía que le pidieran algo, pero en realidad, perdía la oportunidad de verlos crecer y de compartir su vida.
En una ocasión su hijo lo invitó a un viaje y para agradar a su padre pagó el hotel mas bonito, su padre no hizo mas que criticarlo y burlarse de el, yo pude haber contratado dies mas baratos, eres un tonto y así nunca tendrás nada en tu vida le dijo. Así las llamadas fueron evitándose, cada día era más difícil hablar con él, hasta el punto que ya nadie quiso volver a invitarlo.
Reflexión Final: Un Mensaje Inconcluso
Cada vez que alguien se acercaba con intenciones genuinas, Haggal se sentía asfixiado, convencido de que “algo” le querían quitar. Invariablemente, los alejaba con su hostilidad y luego se lamentaba de su supuesta “soledad impuesta por los demás”.
Para no sentirse culpable, inventaba historias en su mente: “Todos envidian mi fortuna y solo quieren sacar provecho.” Su mansión, enorme y fría, se transformó en el símbolo de su aislamiento. Sin risas, sin visitas, sin reuniones familiares, Haggal transitaba sus pasillos como un fantasma, sin atreverse nunca a cuestionar su papel real en ese aislamiento.
Falta de Aprendizaje, Falta de Perdón
A diferencia de Scrooge, nadie ha venido a mostrarle el futuro que le espera o a recordarle su pasado con ternura. Ni siquiera la Navidad logra conmoverlo. Pero, ¿qué pasaría si alguien le tendiese la mano sincera y él la aceptara? ¿O si un día su propia conciencia despertara?
“Al final, su peor daño es hacia sí mismo, encerrado en la hiel de su desconfianza, con la cartera llena y el corazón vacío.”
¿Hay lugar para el perdón?
Sus familiares, en parte, aún guardan un resquicio de compasión al recordarlo en su juventud, cuando compartía su último pan sin pensarlo dos veces. Quizá esa memoria sea la semilla de un perdón posible. Y aunque Haggal no reciba fantasmas navideños, la oportunidad de cambio —en algún rincón de su conciencia— podría acechar, dispuesta a convertir su frialdad en algo diferente.
Haggal permanece atrapado en el tiempo, en la idea de que el mundo solo busca aprovecharse de él y que su mayor triunfo es regatear y ganar a costa de otros. Ya no hay seres queridos para compartir —solo la repetición diaria de esa conducta que le ha brindado riqueza, pero lo ha privado de cualquier atisbo de calidez humana. En su mansión descuidada y con el corazón endurecido, Haggal se va a dormir convencido de que la verdadera celebración es seguir sumando dinero. Quizá, al fin, esa noche no soñará con otra cosa que con más formas de pagar menos por todo… sin darse cuenta de que el costo más alto lo está pagando él mismo.
Este relato no es un final feliz, sino una advertencia: muestra cómo la obsesión por el dinero puede distorsionar la vida y alejarnos de quienes verdaderamente importan.